Un viernes de agosto arrancaba la Premier League 2015-16. Ni más ni menos que con un Manchester United-Tottenham Hotspur en Old Trafford. Unas horas antes del inicio del encuentro, publiqué en Twitter mi pronóstico sobre cómo iba a terminar la competición ese año:
Campeón: #MUFC
— César Martín (@CesarMrtn) 8 de agosto de 2015
Nueve meses después, lo más cerca que estoy de acertar es el descenso del Sunderland, y con un poco de suerte, la tercera plaza del Manchester City si es que logra desempatar con el Arsenal (y acertaría de paso la posición de los gunners). Menos mal que no me van las apuestas.
Había un equipo con el que yo no contaba para nada más allá de quedar 16º o 17º: el Leicester City. Ni yo, ni nadie, a excepción de los que apostaron por ellos 20€ a principio de temporada cuando las cuotas estaban 5000 a 1. Hoy, este club del centro de Inglaterra es el flamante campeón de la que es para muchos la mejor liga del mundo, ante el aplauso de todo el planeta.
Un equipo en el que desde que tengo memoria futbolística sitúo a la altura de los Blackburn Rovers, Middlesbrough o Birmingham. Es decir, típicos clubes ingleses con historia centenaria pero que en la era moderna han alternado la Premier con las categorías inferiores. Una historia típica que hace unos años acabó como otras tantas: en manos de fortunas extranjeras de segundo nivel, es decir, nada de magnates rusos (Chelsea), petrodólares de familias reales árabes (City) o fortunas estadounidenses (United, Liverpool, Arsenal). En 2011, el Leicester City cayó en manos tailandesas. Por lo tanto es un club moderno más. El romanticismo en el deporte hace años que murió.
Eso sí, esto tampoco sirve para desmerecer (que los ha habido que no han intentado) lo que ha conseguido el equipo. Los foxes con un yate han vencido a auténticos transatlánticos. Muchos afirman que lo del Atleti en 2014 tiene más mérito porque el Leicester tiene mayor presupuesto. Pero en realidad sólo por los ingresos televisivos hasta el último de la Premier tiene más dinero que cualquiera de España (en pocos años hasta más que Madrid y Barça). Además, el Atlético siempre ha contado con internacionales de primer orden (España, Argentina, Uruguay...), mientras que hasta este año, los internacionales del Leicester eran de Jamaica y Argelia.
Realmente, es muy difícil establecer comparaciones con equipos de otras ligas. Porque siendo un modesto de Inglaterra, su capacidad económica es superior a los equipos top de otras ligas. Pero no todo es dinero. O pones mucho, muchísimo dinero encima de la mesa, o nunca serás capaz de competir con los históricos de Europa. Y en Inglaterra, menos todavía.
En resumen, el título del Leicester City no es el triunfo del fútbol romántico sobre el fútbol moderno, pero sí que es una de las grandes hazañas de la historia del fútbol. Posiblemente un peldaño por debajo del doblete europeo del recién ascendido Nottingham Forest a finales de los 70 (a saber cómo de sorprendente debió ser en su momento el Maracanazo viendo la dimensión que todavía tiene hoy en día) y a la par que la Eurocopa ganada en 2004 por Grecia.
Una selección que hace diez meses era entrenada por Claudio Ranieri, hoy héroe en la ciudad de Leicester, pero que venía de fracasar con estrépito perdiendo dos veces con los helenos contra las Islas Feroe, y que sus últimas aventuras con clubes top tampoco habían sido esperanzadoras para nadie.
De decepcionar con equipos de la talla de Chelsea, Valencia, Juventus e Inter, a ganar a Premier con un club que aspiraba a no descender. A veces el fútbol regala historias así. A saber cuándo volveremos a presenciar la siguiente.
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